[ 20 / 03 / 2023 ]

    Una vez más regreso a la escritura como medio de escape o, quizá mejor dicho, como medio de comprensión de mí misma, aunque puede que simplemente sea un intento por alcanzar la eternidad dejando pequeños pedazos de mi en cada nota.

    Encontré unos escritos que hice hace un año, por las mismas fechas de marzo-abril. Me sorprendo a mi misma releyendo esas frases, esos versos, desde una mirada ajena, casi como espectadora curiosa que no tendría que estar hurgando en los asuntos de otros. No es que no me identifique con mi yo de hace un año, sé que soy yo -con menos experiencia, con otras vivencias del momento, con otras preocupaciones-, pero veo en ese fantasma de mi ser una persona diferente (no diré extraña porque me arriesgaría a decir que le conozco más de lo que ella se conoce a sí misma).


    Al empezar a leer no pude evitar sonreír enternecedora al darme cuenta de lo mucho que he crecido, que he cambiado, que he aprendido; pero, en cierta forma, verme con esta mirada me apena. Yo, ahora mismo, en este preciso momento, me siento en calma, feliz y agradecida; pero mi fantasma de un año atrás está devastada, confusa y sola (bueno, se siente sola, porque sola nunca ha estado, aunque creyera lo contrario).


    Me pasa por la mente el rápido pensamiento del ojalá, "ojalá alguien se hubiera dado cuenta de ello entonces, para poder ayudarla, para poder decirle que todo iba a salir bien y poder darle un abrazo"; pero me temo que sé el final de la historia, al final no viene nadie (además de que es un pensamiento egoísta pues solo te pueden ayudar cuando pides ayuda) y mi yo del pasado se da cuenta de ello justo antes de arriesgar a dar un paso adelante hacia lo desconocido, hacia nuevos comienzos (y menudos nuevos comienzos). Por suerte el proceso tampoco se le hace muy complicado -casi escribo doloroso, pero me he retractado, pues los sentimientos de entonces aún los recuerdo demasiado bien-, y, antes de tener que lanzarse ante la incógnita de lo desconocido, esa personita fortalece los vínculos que cree valiosos -y son más que valiosos, querida yo, son inestimables y están llenos de bondad-, aprovechando el tiempo con ellos para aprender y mirar más allá del mundo que me había creado y se había destruido.


    A veces me da miedo pensar que en su momento buscara estos vínculos con la intención de suplantar a aquellas amistades que dolieron, y suspiro esperando que no fuera así, pues cada amistad es diferente y quiero creer que ese fantasma mío no quería sustituir unas personas por otras. De todas formas -permitiéndome por un momento pensar que fue así- no lo consiguió. Se dio cuenta en el camino de que eran personas completamente diferentes, que había establecido vínculos nuevos, con otros nombres, con otras caras; y que ahora no podía dar marcha atrás, pues ya había aprendido a quererlos y ambas sabemos lo que nos cuesta romper vínculos con la gente que amamos.


    En cierta forma me gusta volver a estos fragmentos de mi yo del pasado, volver a repasar los sentimientos que una vez plasmé; y más aún, me consuela leerlos sabiendo que en su momento consideraba que se me caería el mundo, que estaba más hundida que el titanic -si se me permite la gracia-, que creía que nada podría doler más. Me temo, querida yo, que tendemos una manía por sentir demasiados nuestras emociones y, aunque nos sentimos como nunca antes en su momento, pudimos salir adelante y consolarnos. Y me temo que siempre habrá algo que duela más, pero por suerte, también aprendimos a querernos más y a ver las cosas con otros ojos, unos ojos llenos de admiración, aprecio y ternura.


    Aprendí que todo lo malo tiene que pasar, que esos baches del camino tenemos que cruzarlos para poder caminar por el sendero de flores; y puede que volvamos a encontrarnos con nuevos baches, quizá más grandes, quizá peores, pero por el momento quedémonos disfrutando del camino, del paisaje, de los que nos acompañan y de las flores.