[ 17 / 06 / 2024 ]


    A veces me da miedo el abismo que poseen las palabras. El tremendo hueco que yace entre lo dicho y lo que se quiere expresar. El vacío que contienen las frases más pensadas de nuestra cabeza. Nunca seremos capaces de explicar con total exactitud aquello qué sentimos. Y usualmente no tengo problemas con ello, es normal, es incluso bello el concepto del lenguaje como intento de unión, como elemento que procura acercar las mentes de las personas, los mundos individuales. Pero a veces me surge en el pecho una pequeña mariposa de miedo, de rabia, de frustración. 

    Me ofusca la expresión "tan solo palabras", como si las palabras no fueran suficiente, como si el acto de nombrar aquello que habita en nuestra mente no fuera de por si suficientemente difícil o complejo, como si esta decisión -solo por haber sido tomada- no mereciera ser apreciada. Las palabras siempre son mucho más que "solo palabras" son elecciones, son intentos, son dudas, son conflictos -sobre todo intentos-. Las palabras son apenas la punta de un iceberg, una gota del océano, una célula de un cuerpo; no consigue abarcar todos los detalles y, sin querer, esconden todos esos recovecos de los que muchas veces no somos conscientes siquiera de que existen.

    No existen las palabras exactas, solo las palabras precisas. No existen las palabras perfectamente adecuadas, solo unas lo suficientemente claras y nítidas como para dejar entrever lo que queremos expresar. Y ese pequeño matiz es el que crea el barranco. Cada cual entenderá lo que otro le expresa de una manera diferente, individual, propia. He de ahí donde surgen los malentendidos y las suposiciones. Como cada cual tiene una manera de expresar y comunicar, cada cual tiene asimismo una manera de entender y comprender. 

    Nadie habla ni hablará jamas el mismo idioma que otra persona. Solo nos acercaremos y compartiremos la misma base -la misma lengua, como quién dice-. Pero, por muy definidas que estén las palabras que empleamos -y por mucho hincapié (obsesión incluso en algunos casos) que tengamos algunos por siempre intentar expresarnos de la manera más exacta, siempre habrá algún matiz personal que le demos a las diferentes palabras, frases, expresiones. 

    Y cuánta frustración nace cuando no llegamos a entender a alguien a quien amamos. Las palabras nunca son suficiente para comprender la totalidad de quienes nos aman, pero es lo más cercano que tenemos.

    "Sueñas en un idioma que no consigo entender, como si contuvieras un lugar en tu interior al que no puedo ir", pero quiero acercarme. Hablemos. Creémos ese idioma mutuo y propio de los dos, esa mezcla entre las palabras de tu mundo y las palabras del mío. Intentemos cerrar las brechas del lenguaje. Hagamos nuevas normas, que se expandan más allá de las palabras, que contengan miradas, risas, caricias. Que cuenten aquello que no sabemos cómo contarnos. Lléname los oídos de tus palabras favoritas, de la fuerza que pones en cada una de ellas y la melodía que creas con tu voz al pronunciarlas. Jamás conseguiremos entendernos del todo, pero si aprendo cómo te expresas, al menos tendré una pista, una oportunidad, un intento. Si me enseñas cómo piensas, podría acercarme a pensar en tu mismo idioma y, puede que así, llegue a sentir menos miedo del hueco que separan nuestros mundos.

    Ojalá meramente fuera una cuestión de aprender a enseñar el lenguaje de nuestros pensamientos, el funcionamiento de nuestro idioma personal en base a unas palabras comunes que, con suerte -en algunos casos-, compartimos con los que amamos -y si no, aprendemos para poder compartir-. Pero no es tan sencillo -nunca es tan sencillo-. 

    ¿Cómo no me va a surgir la necesidad de querer fusionarme con aquel a quien amo para poder acercarme más a ese mundo interno que esconde su mente? ¿Cómo contenerme fisicamente cuando la barrera que existe no es siquiera tangible? Con el contacto es como intento cerrar esa brecha del lenguaje, es como intento acercarme a la barrera que nos separa. A veces desearía poder expresarme meramente con caricias, rozando con las yemas de mis manos una piel que no es mía, porque creo que a lo mejor es lo único capaz de apaciguar la frustración de no poder entender al completo a la otra persona. 

    De todas formas, es cuestión de aprender -lo digo más como para convencerme a mi misma- que ahí, en esa brecha entre dos mundos, yace algo bello; que en el hecho de no llegar jamás a explicarnos al completo hay belleza, pues implica que siempre estaremos intentándolo, que siempre habrá algo más que decir, que siempre podemos cambiar de palabras y rectificar. Que las palabras -como nuestras mentes- no son estáticas y están -estarán- siempre en constante cambio. Y nosotros, con nuestro idioma conjunto que creamos cada vez que hablamos, iremos modificando los significados, iremos añadiéndoles nuevos matices a las palabras que compartimos, iremos alterando nuestro mapa mental con cada una de ellas y -aunque a veces las palabras podamos decirlas meramente con los ojos o podamos predecirlas antes de que uno de nosotros las diga- aprenderemos a hablarnos en un idioma continuamente cercano a nuestras mentes, más cercano a ese lugar en nuestro interior al que podemos -ambos- ir.