[ 20 / 10 /2024 ]


    Me gusta escucharte hablar de las cosas que te gustan. Ver cómo se te iluminan los ojos al perderte en tu discurso mientras tu mente divaga en lo más profundo de ti, sacando a flote todo cuanto pasa por tu cabeza, cambiando suavemente tu rostro con cada frase. Me gusta notar tus cambios de tono de voz, que a veces... contienen dudas... palabras sin decir que se esconden entre tus pausas... y otras veces ¡están tan repletas de emoción que explotan en risas! Me gusta notar los gestos que te acompañan al hablar, repletos de una energía difícil de describir que a veces cuesta decir si son nervios o incomodidad y que, alguna vez, me han hecho sentir culpable por sacar algún tema a la luz. Me gusta darme cuenta de las palabras que eliges, resguardándote inconscientemente en muchos 'no sé', como si intentaras excusarte por no tener una respuesta, como si yo, que estoy obsesionada con el tema de las palabras, no fuera consciente de que nunca sabemos, y que comprendo perfectamente que no te sepas las palabras adecuadas, pues yo tampoco las sé, nadie sabe, nunca sabemos.

    Hay una cantidad ilimitada de temas de los que hablar y me gusta que podamos hablarlos entre nosotros. Aunque nos repitamos (¿qué es el amor si no la repetición?), aunque sean cosas que ya nos suenen, que ya hemos sacado, siempre hay algo nuevo -si no, diferente- que decir, algo por lo que volver a sacar el tema, quizá simplemente que ambos hemos cambiado lo suficiente como para tener nuevos comentarios, nuevas palabras que expresar sobre el asunto (¿qué es el amor si no tener siempre algo de lo que hablar?).

    Se dice que la lengua cambia según quién habla y, según Barthes, solo los enamorados se entienden entre ellos, dicho con sus palabras: "El amor es la creación de un nuevo punto de vista sobre el mundo mismo: el punto de vista de los dos". Y es que, ¿qué es el amar si no el proceso de crear un idioma compartido? Aunque compartamos un mismo idioma, siempre habrá brechas que no podremos cruzar -que no sabemos cómo cerrar- y el amor, entre otras muchas cosas, puede que consista en buscar la forma de minimizar esas brechas. Me gusta escucharte hablar, entender los gestos que acompañan a tus palabras, el tono de voz que empleas con cada tema, las palabras que eliges en cada momento; porque es ahí donde veo las brechas, donde me doy cuenta de las diferencias que tenemos. Un mundo que a la vez me parece terrorífico -pues sé que nunca podré compartir esas brechas- y fascinante -porque ya sé cuáles son esas brechas, así puedo intentar disminuir su tamaño, evitar que se hagan más grandes-.

    Últimamente he leído muchos ensayos de Barthes, y en uno de ellos decía que "El deseo por un otro siempre es propulsor de creación y sublimación. El discurso del amor no puede por sí mismo y necesita recurrir a otros significantes que lo extraigan de su latencia indiscriminada." A veces las palabras que intercambiamos los amantes no son suficientes -porque nunca son suficientes en sí mismas, siempre se quedan cortas, siempre a falta de algo más- Es por eso que creamos. "De esta manera el amor puede, por fin, tocarse: salir de las palabras. Ese es el regalo, la ofrenda amorosa que, aún así, no puede dejar de ser lenguaje". Es por eso que todo amante es un artista, un creador. No sé como demostrarte al completo mi amor, por eso te he hecho un regalo. Por eso te hago una carta, una dedicatoria, una obra de arte. Porque te amo y, precisamente porque te amo te he creado algo.

    Es precioso ver toda la cantidad de obras de arte que se han hecho por amor. Este mismo ensayo decía que "discos enteros en la historia del rock han sido dedicados o provocados por el enamoramiento o su fin". Lo mismo con la literatura y con los cuadros, incluso con la vida de uno. Barthes habla que en el amor nace una necesidad fervorosa de dar al otro lo que el otro quiere y todo lo demás también. Como decía el ensayo: "Quien pinta trazará sobre el lienzo ya no un bosquejo sino un grito al aire de su amor; quien escribe enamorado sentirá una voz que susurra un ser y estar: es el sujeto amado que se ha convertido en lector implícito" y, como decía Barthes, "Ni bien el sujeto amoroso crea o elabora una obra cualquiera, se apodera de él una pulsión de dedicatoria". Todo lo que hago, todo lo que creo, quiero que lo veas, que lo leas, que lo tengas tu. Lo hago para ti.

    Quizá la naturaleza del ser humano es encontrar un motivo por el que crear, quizá la naturaleza del ser humano es encontrar a alguien con el que aprender a amar. No creo que haya nada más bonito y tierno como esa palpante necesidad humana que te surge de querer crear algo, de dejar huella, de ser reconocido. Cómo sucede precisamente en el mito de Orfeo y Eurídice y justo por lo que es -al no cumplirse- una tragedia: uno tan solo quiere que el otro, que el sujeto amado, le mire, le reconozca, le dé una señal por la que decir "aquí estoy, estoy vivo, estoy contigo".